19 de septiembre de 2012

Aparece


Queridísima Cítara.

Hoy, mientras releía la correspondencia que hemos ido intercambiando durante los últimos años, me he sentido notablemente conmovido. Me gusta cada vez que reduces mi nombre a cuatro letras, a dos sílabas. Y lo escribes, además, tan cariñosamente que yo me deshago en el placer insólito de ser tu amigo. Yo también intento estar a la altura —no sé si te has dado cuenta— y luego te digo todas esas cosas medio cursilonas que me salen tan naturalmente, Cítara, que hasta me da pudor mencionarlas aquí. Disculpa, la sinceridad.
Sin querer, tenemos una amistad de varios años, con temporadas más fecundas que otras, desde luego. A veces, cuando pienso en todo ese tiempo, no sabes lo afortunado que me siento de haber llegado a tu oficina aquella tarde y que me recibieras besucona. ¿Te acuerdas en que derivó nuestra plática? Empezamos discutiendo mis posibilidades de publicar en la editorial que representabas y terminamos chismeando de la vida de los escritores celebérrimos de los años veinte. Yo no sabía que Whitman publicaba elogios de sus libros sin que nadie se enterara del origen de esas obsequiosas críticas.
Conociste, aquella tarde, de mi francofilia. A ti también te gustaba Francia, Cítara, y me confesaste que estabas ahorrando para irte, de una vez por todas, de este país de insensibles. Acto seguido hiciste un puchero enojón que más bien me pareció tierno, y te lo dije, y sonreíste. Te quise demasiado esa tarde, demasiado... Me hubiese abalanzado sobre tus hombros para besarte si no nos hubiera estado mirando con aires desdeñosos un señor obeso y enfurruñado al que llamabas Luisito.
Luisito me daba mala leche, Cítara. Pero tú me dijiste que era una estupenda persona. Y te creí.
¿Recuerdas la única cita que tuvimos? Yo te esperé acallado entre las sombras sagradas de una ermita —permíteme la ostentosidad—, entretanto apareciste en medio de la negrura de la noche mustia. Me sonreíste y yo sentí un calorcito que corrompió el clima. (Salió el sol, algo así, en mi corazón.) No hay espacio para la melancolía contigo. Eres una bruja maravillosa.
¿Cómo serás en las mañanas? Supongo que más enojona de lo común. Tú, que eres tan veloz y ocupada, las primeras horas del día seguramente son tus martirios. Me encantaría poder observarte toda una mañana sólo por verte renegar de vez en vez. Te pones tan linda cuando te enojas, yo siempre te voy a recordar mirándome con los ojos chispeantes y los labios endurecidos.
La paciencia, pues, no es una de tus virtudes más encomiables. Tienes otras, muchísimas. Por ejemplo: eres lo suficientemente inteligente para no entrar política aunque poseas una retórica capaz de cautivar hasta al más despistado de los peregrinos. Sin embargo, vives tentada por el congreso. Pero, los peruanos ya sabemos que las personas verdaderamente brillantes no están sentadas en curules. Para ser congresista en el Perú hay que saber jugar Vóley primero o tener una afición patológica por comer pollo, robar cable, asesinar canes, etcétera. No me malentiendas, tú serías una congresista extraordinaria, pero me temo que todos tus proyectos —brillantes, sin duda— no serían apoyados por la sarta de vándalos y envidiosos que conviven allí.
Tus virtudes y defectos no me son ajenos, los compartiste conmigo. Te conozco, no sé si demasiado o demasiado poco. Y te quiero. Yo no sé si tu me quieres, supongo que no. El cariño se gana y yo te he venido perdiendo de a pocos.
Sin embargo, yo siento todavía que somos amigos, Cítara. Amigos lejanos, si se quiere; pero amigos, al fin y al cabo, que se buscan, que se escriben, que se piensan, agazapados, enfrentados por la desilusión de no estar juntos.
A veces siento que no podría quererte de otra forma sino epistolarmente; y que tú tampoco sacrificarías tu dignidad para acercarte demasiado a un escritor como yo.
Aunque lo cierto es que te extraño a diario. Y ultimamente todavía más.
Te extraño, por supuesto, en este momento mientras te escribo.
¿Dónde estás? ¿Por qué me has dejado en la orfandad?
Ojalá las estrellas se alineen de nuevo y podamos vernos siquiera de lejos, siquiera tantito. A mí me basta con que me sonrías para ponerme a escribir.

Ósculos,
Lorenzo

12 comentarios:

  1. fenomenal!!!! muy sentido! espero que se vean pronto.

    ResponderEliminar
  2. qué linda carta. me encanta leer tu blog. trasmites muchos sentimientos.

    ResponderEliminar
  3. Te he escrito un mensaje al fb, me gustaria conocerte para conversar de muchas cosas. besos.

    ResponderEliminar
  4. ayyyyy antho!! tu y tus afectos..... mentira amigo!!!! te quiero mucho.

    ResponderEliminar
  5. estoy impresionada me gusta como relatas

    ResponderEliminar
  6. y esa carta? has pensado hacer un libro de puras cartas? o ya tienes uno? qué bien te salen!!!
    :D

    ResponderEliminar