29 de febrero de 2012

Madrugadas


Uno
En el Facebook: converso con Juan Martínez toda la madrugada. Hablamos de Literatura y de nada más. Por ratos dejamos la conversación en stand by porque ocurre uno que otro accidente automovilístico en las contradictorias avenidas del centro de Lima, se murieron cientos en un terremoto, se celebraron centenarios en la plaza de armas, entrevistó a un ex ministro de economía, se incendió una casa, los jóvenes del Movadef pintaron las paredes de un colegio en el Agustino para pedir la amnistía de todos los acusados de terrorismo, sobre todo, por supuesto, la de Guzmán, escribió una crónica con más adjetivos que sustantivos, hizo requisas en el Hueco. Esta vez Juan no dice adónde irá ni qué ha acontecido afuera, simplemente se va prometiendo regresar lo antes posible. Supongo que espera que encienda la radio y escuche su voz a través de ese aparato que ya hasta olvidé como se usaba. Solamente cuando Juan aparece como desconectado, vuelvo a abrir los archivos que tengo apilados de mis clientes y me pongo a trabajar. Ya no hay Literatura, ya no hay nada.

Dos
Me llama Juliana a la una. Sabía que estabas despierto, tú nunca duermes. No es verdad, yo duermo cuando el sol araña mis ventanas, y duermo bastante bien. Me cuenta de sus hombres, son tres: un ex, un amante y el oficial. El oficial es amigo mío, por eso le pido que ya no me hable de los otros dos, pero Juliana necesita contárselo a alguien sino se muere, dice. Se pone a llorar, se queja de ser muy desdichada en el amor, me pregunta si no me apetece que nos viéramos para conversar más tranquilamente, por ejemplo, en su habitación. ¿O prefiero que venga a la mía?

Tres
Úrsula está cosiendo. Imagino que cuando vivamos juntos me tendré que acostumbrar al sonido de su máquina. Le dejo un mensaje en el inbox del Facebook que no me responderá hasta la tarde.

Cuatro
Leo.

Cinco
Tengo dos clientes, uno se ha vuelto mi amigo, se llama Marcos, es argentino. Le escribí el año pasado una novela romántica. Por cosas de la vida, Marcos me ha quedado debiendo un dinero que me pagará de a pocos, de cien en cien, ha prometido. Admito que le he llegado a querer con el tiempo, si no me llegase a pagar lo convenido, no pretendo perderlo como amigo. El otro se apellida Ruíz, es boliviano, se vanagloria de haber salido en la televisión de su país, piensa que un libro le dará todavía más reputación. Yo intento desengañarlo, pero no se deja.

Seis
Busco comida en la cocina por las madrugadas. A veces llego tarde y me encuentro con una cucaracha chupando mi pan francés. No la molesto, se lo ha ganado, ha sido más astuta que yo. Lo que no tolero es cuando paren las cucarachas, no tienen pudor ni de desembarazarse en pleno pasadizo. Ahí sí las mato, las aplasto con mis medias no sin dejar de sentirme un genocida, malvado corazón ambientalista. Cada vez que sucede me acomodo en la oscuridad de la sala por unos minutos antes de volver a Kafka y la vez que Gregorio amaneció convertido en cucaracha y no quería ser descuartizado por los hombres. ¿Y si mañana cambio de forma?, me pregunto sin sentirme estúpido, qué pasaría si Úrsula me encuentra chupando un pan en vez de morderlo.

Siete
Extraño a mis amigos: Antíoco, David y Julián. Aunque ninguno parece interesarse más en mí. No debieron casarse, el matrimonio o, más bien, sus esposas, los alejaron de mí.

Lima, 2012 

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